Nota de opinión de Roberto Kozulj, Vicerrector.
Educar en tiempos de crisis y frustración es una tarea titánica. Requiere honestidad intelectual, valentía, humildad, paciencia y talento.
Tal vez lo más complicado es tener el valor para enfrentar las innumerables y contradictorias facetas de lo que se asume como “políticamente correcto”. En particular en la era digital donde es muy fácil reforzar creencias y dificultar la reflexión, el pensamiento original, genuino y profundo. Las sociedades abiertas pasan a convivir con aparatos que alimentan el odio y la polarización. Basta con intentar comprender el origen de los recientes disturbios en París, para hallarse con que allí participan personas descontentas con el incremento de impuestos al combustible, con la pobreza, con el desempleo, con la política y hasta hay quienes desean poner fin a lo que significó La Gran Idea (en alusión al nacimiento de los fundamentos de la República), proponiendo el retorno a la Monarquía. La escenografía de las luchas callejeras ha inundado el planeta, como si fuera la forma en que el pueblo con toda su legitimidad protesta contra un orden establecido que debe ser cambiado, aniquilado o vencido. Obviamente París diciembre de 2018, no ha sido Maidán en la Ucrania 2013-2014, ni la Rebelión de abril de 2017 en Venezuela, ni las protestas contra la reforma previsional de diciembre de 2017 en Argentina. El común denominador de disconformidad, balas de goma, gases lacrimógenos, carros hidrantes y otros elementos crea, no obstante, un estándar de guerra moderna que semeja una guerra medieval. Encapuchados, palos., piedras, empujones, gritos, insultos. Un mismo fenómeno se deja entrever en el fondo: el debilitamiento del Estado Nación y de la Política frente a los desafíos del siglo XXI para mantener o acrecentar el bienestar de sus ciudadanos en un mundo de decisiones anónimas y globales. O, mejor dicho, impedir que una parte de sus ciudadanos priven a otros de ese derecho. Un universitario tiene al alcance de su mano mucha literatura sobre esta situación. Pero la verdadera cuestión es si estos universitarios desean o no hallar soluciones o más bien prefieren adherir a alguna doctrina de supuesta probada eficacia y repetir como autómatas lo que los textos han escrito para muy diversas realidades, problemas y situaciones. Si desean transitar por el espinoso camino de hallar propuestas por sí mismos o más bien refugiarse en doctrinas y así estar claramente alineados con su única verdad. Peor aún con sus intereses inmediatos.
Pero todo esto es muy abstracto, vayamos al caso del desalojo de unas dos profesoras y un puñado de estudiantes que desde más de tres meses tenían tomado por la fuerza el vicerrectorado de la Sede Alto Valle y Valle Medio de la UNRN en la ciudad de Gral. Roca cometiendo actos violentos y vandálicos. El desalojo se produjo como los ocupantes lo deseaban: reproduciendo una minúscula batalla callejera y su liberación pocas horas después. Esto fue un 10 de diciembre de 2018. Día emblemático por ser el trigésimo quinto aniversario de la democracia en la Argentina y el setenta aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos. La diferencia con las protestas sociales legítimas es que aquí no se trataba de una. A pesar de ello la simulación tuvo su impacto mediático y los consecuentes repudios por el accionar de la fuerza pública. Es feo calificarlo así, pero quienes adhieren a estos repudios de “actos berretas” están sembrando seguramente las semillas de una educación también “berreta” entre sus estudiantes, una que no condice con la tradición de nuestra enseñanza universitaria, menos aún en estos tiempos donde los universitarios deberíamos sumarnos corriendo como compañeros y compañeras en beneficio de la salud propia, de nuestros pueblos y del planeta. Lo curioso es que en el reino de su ignorancia se olvidan de que los logros de la democracia, por imperfectos que sean, nos alejan de la barbarie. De que si hoy las universidades se consideran santuarios a resguardo de la represión esto es gracias a que hemos aprendido de nuestra historia y del dolor de esa historia. Historia- e historias personales- que insultan los pseudo progresistas que desean el medioevo, sus capuchas, sus palos, sus piedras, sus gritos, su violencia y la degradación de compañeros docentes, nodocentes, estudiantes y autoridades que aún creen en que la movilidad social ascendente es deseable, positiva, alcanzable. Que debemos correr juntos y juntas para alcanzar nuestros sueños. No nuestros delirios. Que el enemigo no es un gendarme, como no lo es un marginal a sacar fuera del mundo de un disparo o negando el derecho a existir con dignidad. Que nuestros enemigos son, entre otros, la ignorancia, la pereza, la codicia, el facilismo y el oportunismo.
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