Entrevista Andrea Tapia, directora de la Escuela de Arquitectura, Arte y Diseño de la UNRN.
La arquitecta Andrea Tapia dialogó con la UNRN luego de su disertación en la localidad de Cipolletti, denominada "¿Por qué hablamos de Arquitectura, Urbanismo y Género?".
-¿Es la arquitectura también una cuestión de género? ¿Por qué?
-Cuando en estos momentos hablamos de género estamos intentando introducir una nueva dimensión de análisis, que no sólo tiene que ver con lo femenino, sino con todas aquellas variables que no forman parte del modelo androcéntrico, que significa el hombre como centro de cualquier construcción, pero un hombre con determinadas características.
-¿Cómo es ese modelo en relación a la arquitectura?
-En arquitectura y urbanismo este modelo fue cambiando, pero siempre se centró en el Hombre. Para no hacer mucha historia, y centrarnos en el siglo XX, la caracterización de ese hombre genérico pasó por dos grandes momentos. En el Movimiento Moderno, la búsqueda de un Hombre nuevo, universal, moderno, que se concebía con medidas estándar: 1,73 mts en Europa Mediterránea -dando origen al primer Modulor, sistema de medidas propuesto por Le Corbusier-, y 1,83 mts en el hombre sajón del segundo Modulor. Estas decisiones de homologación exigen seleccionar criterios. Dentro de esos criterios las mujeres, los niños, los ancianos, los discapacitados etc., no entran.
Durante toda nuestra historia occidental los criterios fueron fijados por los hombres, los hombres tenían acceso a la propiedad, acceso a la educación y acceso a la vida pública; las mujeres, por oposición, no. Esto último es lo que nos diferencia en la distribución de roles, Es decir, el hombre cubre el rol de productor en todas sus variables, intelectuales, económicas, culturales, etc. En cambio a la mujer, a partir de su condición física, le correspondería el rol de reproductora. Por ser totalmente diferente del varón, no podría ocupar los roles que la sociedad y la cultura determinó que fuesen masculinos. Esto hizo que el ámbito en lo disciplinar ligado a la mujer sea el espacio doméstico, espacio que de todos modos lo deciden los hombres con los criterios estandarizados y socialmente aceptados. Cuando las mujeres, niños y demás minorías tienen acceso a su voces, la educación, el trabajo y la ciudad, notamos que no están considerados.
¿Podrías dar un ejemplo?
-Un ejemplo sencillo: las ciudades se construyen para el auto, conceptualización que se traslada desde inicios del siglo XX y se fortalece en el Movimiento Moderno, ligado a los valores del Progres. En porcentajes, uno ve cómo los Municipios arreglan las calles rotas, por donde andan los autos y el auto como medio de trasporte privado es mayoritariamente de varones. Mujeres y niños se trasladan a pie, en bicicleta, en trasporte público y ¿cómo son las veredas de vuestras ciudades?, ¿tienen el ancho para poder pasar con un cochecito de bebé o una silla de ruedas?, ¿son lisas, sin cambios de nivel?, ¿cómo es el transporte público?, ¿es limpio, cumple con los horarios, es cómodo y seguro? Parece una tontería, pero este sólo hecho en el espacio público denota una caracterización del mismo en beneficio de un grupo y en detrimento de otro.
-¿Cuál es la perspectiva de género en este ámbito?
-La perspectiva de género intenta desarticular, desestructurar, deconstruir un paradigma en el que todos nos criamos y que nos parecía cómodo y hasta aceptable pero que, en la medida que este paradigma se hace visible, lo podemos estudiar y ver con más claridad despojándolo de lo que son usos y costumbres. Podemos intentar -en este siglo XXI, siglo de la integración, la mujer, la materialización de la igualdad de derechos- construir un paradigma que nos considere a mujeres, niños, ancianos y minorías en general, para construir ciudades más justas y equitativas.
-¿Existe hoy un debate sobre el proceso proyectual? ¿En qué ámbitos se está dando?
-Desde hace ya más de una década, un grupo de mujeres de todo el mundo ha comenzado a desarrollar campañas de visibilización de mujeres arquitectas que trabajan y trabajaron en diferentes ámbitos, con más o menos conciencia de ejercitar lo que hoy denominamos "perspectiva de género". Al estudiar la historia de la arquitectura y el urbanismo notamos que no existían mujeres en las construcciones narrativas, ¿por qué?, ¿no había? La verdad es que sí había, sólo que eran invisibles, eran “mujeres de”, “hijas de” o “la historia”, escrita por hombres, sólo visibilizó la producción de los varones. Es claro que no necesariamente a propósito sino que, teniendo en cuenta que en Argentina la primera mujer arquitecta es de 1929 y los roles determinados por la sociedad y la cultura no permitían el acceso a las mujeres a las llamadas carreras liberales, las mujeres que accedían -que debían ser extraordinarias- desarrollaban sus tareas “a la sombre de”. Todos estos avances en los estudios sobre género, en la visibilización de, por ejemplo, los diferentes tipos de familia, los diferentes tipos de uso del espacio por diferentes culturas y subculturas, instauran un debate, que hoy no es central en lo disciplinar pero que sí está en desarrollo en este momento, y forma parte de nuestras agendas.
-¿Hay diferentes formas de experimentar el espacio entre varones y mujeres?
-La respuesta es sí, y lo voy a presentar en un ejemplo muy claro que doy a mis alumnos cuando hablamos de acceso a la ciudad, y que dejé entrever en una de las respuestas anteriores.
El uso del espacio público -como plazas, calles, veredas- se supone que es para todos los miembros de una comunidad. Y, sin embargo, su uso viene asociado a ciertas capacidades, aprendizajes y códigos construidos. La calle (acera más calzada) se usa de forma diferencial. El hombre la utiliza como espacio de circulación rápida, con su auto, por lo tanto tiene que garantizarle un tipo de velocidad. Su visión de la ciudad es desde el auto, no nota si las veredas están en condiciones, si los recorridos son amigables, si tiene o no cambios de nivel, porque su experiencia esta mediada por el coche o la moto. En cambio, el mismo espacio utilizado por un niño como lugar de juego, por una mujer en cualquiera de sus roles o por un anciano, viene vivenciado de manera muy distinta. Primero por la velocidad del uso, que tiene que ver con nuestras propias capacidades físicas, y luego porque la mediación de las condiciones de las veredas y calzadas las hacemos con nuestro propio cuerpo. Es decir, si las veredas están rotas, nos podemos caer, o no podemos pasar con el cochecito de un bebé o con una silla de ruedas. El niño no puede jugar con seguridad. Y en el caso de no haber directamente veredas, la accesibilidad al espacio público y, por ende, a la ciudad viene negada para este colectivo de personas. El proyecto de los espacios públicos, en este momento más que nunca, debe incorporar la perspectiva de género, para poder construir espacios más equitativos garantizando a toda la población el acceso a la ciudad y a su formación como ciudadanos.
Andrea Tapia es directora de la carrera de Arquitectura y de la Escuela de Arquitectura, Arte y Diseño de la Universidad Nacional de Río Negro. Además es doctora en Proyecto del Espacio Ambiental de la Universidad de Sassari (Italia), especialista en el estudio y proyecto de la ciudad contemporánea latinoamericana y europea, en relación a las políticas que permitieron su materialización física y la globalización. En el área de teoría de la arquitectura, como materialización de una ética urbana con perspectiva de género.
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