El 20 de marzo del 2020 el Gobierno nacional decretó el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (Aspo) para contener el avance del Covid-19. Por Mg. Anselmo Torres, rector de la UNRN.
El 20 de marzo de 2020 es una fecha que, como argentino y como universitario, no puedo olvidar. Ese día, el gobierno anunció el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO), una medida que, aunque necesaria, nos sumió en una realidad que nunca imaginamos. Recuerdo la incertidumbre, el miedo al contagio, las calles vacías y esa sensación de que el tiempo se había detenido. En ese momento, yo era vicerrector de una universidad nacional, y desde ese lugar viví de cerca los desafíos que enfrentamos como institución y como sociedad. Hoy, cinco años después, ya como rector tras el fallecimiento de Juan Carlos Del Bello (una pérdida dolorosa, aunque no relacionada al COVID), miro hacia atrás y me pregunto: ¿qué nos dejó la pandemia? ¿Cómo nos cambió? Y, sobre todo, ¿qué huellas de aquel tiempo siguen marcando nuestro presente?.
El lado oscuro de la pandemia
La pandemia no fue solo una crisis sanitaria; fue un terremoto que sacudió los cimientos de nuestra sociedad. El sistema de salud se desbordó. Hospitales colapsados, falta de insumos y profesionales exhaustos fueron el pan de cada día. Pero más allá de los números, hubo algo que no se puede cuantificar: el dolor de miles de familias que perdieron a sus seres queridos. Cada muerte dejó un vacío imposible de llenar y una herida que, para muchos, aún no ha cicatrizado.
El confinamiento también profundizó las desigualdades que ya existían en Argentina. Mientras algunos podíamos trabajar o estudiar desde casa, conectados a través de la compu, notebook y wifi, otros no tenían más opción que salir a la calle para ganarse el pan, arriesgándose al contagio. La educación virtual, aunque fue una solución improvisada, dejó al descubierto una brecha digital enorme. Recuerdo a estudiantes que no podían seguir las clases porque no tenían acceso a una computadora o a internet. La pobreza, ya alarmante antes de la pandemia, alcanzó niveles históricos, golpeando con especial dureza a los sectores más vulnerables.
Y luego está el tema de la salud mental. El encierro prolongado, la incertidumbre y el miedo al contagio pasaron factura. Ansiedad, depresión, insomnio y soledad se convirtieron en fantasmas que rondaban nuestros hogares. Para muchos, la casa, ese lugar que debería ser un refugio, se transformó en una cárcel. La violencia doméstica y los conflictos intrafamiliares aumentaron, dejando cicatrices que aún persisten.
Las luces en medio de la oscuridad
Pero no todo fue negativo. La pandemia también nos dejó lecciones valiosas y cambios que, en muchos casos, llegaron para quedarse. Uno de los más evidentes fue la aceleración de la digitalización. De la noche a la mañana, el teletrabajo, las videollamadas y las compras online se volvieron parte de nuestra rutina. Como parte del equipo de conducción, tuvimos que liderar la transición de nuestra universidad hacia la virtualidad, un desafío enorme que, sin embargo, nos permitió descubrir nuevas formas de enseñar, aprender y conectarnos.
La solidaridad también floreció en medio del caos. Vecinos que se organizaban para hacer las compras a los adultos mayores, ollas populares que alimentaban a quienes no tenían qué comer, y médicos y enfermeros que trabajaban sin descanso para salvar vidas. En un mundo donde el individualismo parecía reinar, la pandemia nos recordó que somos, ante todo, seres sociales.
Además, la ciencia tomó un lugar protagónico. El desarrollo de vacunas en tiempo récord fue un hito histórico que demostró el poder de la colaboración internacional y la inversión en investigación. En Argentina, el desarrollo de la vacuna ARGENVAC y la producción local de la Sputnik V fueron motivos de orgullo y esperanza. Como investigador, sentí un profundo respeto por mis colegas que trabajaron incansablemente para enfrentar el virus.
El presente: un mundo transformado y contradictorio
Hoy, cinco años después, muchas de las transformaciones que trajo la pandemia siguen vigentes. El teletrabajo, si bien ha mermado mucho, y los modelos híbridos, continúan consolidándose, redefiniendo el concepto de oficina y ofreciendo mayor flexibilidad, pero también planteando nuevos desafíos, como la dificultad para desconectar y la pérdida de límites entre lo laboral y lo personal.
En el ámbito educativo, la modalidad híbrida llegó para quedarse, aunque persisten desafíos en términos de calidad y acceso equitativo. La salud mental, por su parte, ha ganado un lugar central en la agenda pública. Hoy se habla más abiertamente de ansiedad, depresión y bienestar emocional, y hay una mayor demanda de servicios psicológicos.
Sin embargo, no todo ha cambiado para mejor. Las desigualdades estructurales siguen siendo una herida abierta. La pobreza, la falta de acceso a servicios básicos y la brecha digital son problemas que requieren soluciones urgentes y políticas a largo plazo.
Pero hay algo que me preocupa aún más: las contradicciones que han surgido en este mundo pospandémico. Durante la pandemia, experimentamos una solidaridad expansiva, un sentido de comunidad que floreció en medio del caos. Sin embargo, hoy parece primar una lógica más egoísta, donde el "sálvese quien pueda" se impone sobre el "cuidémonos entre todos". Este individualismo no solo se manifiesta en lo social, sino también en lo político y lo económico, donde las brechas entre ricos y pobres, entre incluidos y excluidos, siguen ampliándose.
Otra contradicción preocupante es el auge del anticientificismo. Durante la pandemia, la ciencia fue nuestra principal herramienta para combatir el virus. Sin embargo, en lugar de fortalecer la confianza en el conocimiento científico, lo que vemos hoy es un reforzamiento de movimientos que rechazan las vacunas, niegan el cambio climático o incluso promueven teorías conspirativas como el terraplanismo. Las redes sociales, que en su momento fueron un espacio de conexión y apoyo, se han convertido en amplificadoras de desinformación, alimentando la desconfianza hacia las instituciones y el pensamiento crítico.
Este fenómeno no es aislado. Está íntimamente ligado al ascenso de la extrema derecha en gran parte del mundo, especialmente en países poderosos. Estos movimientos, que suelen basarse en discursos de miedo, nacionalismo y negación de la ciencia, han encontrado en la pospandemia un terreno fértil para crecer. Lejos de promover la unidad y la cooperación, alimentan la polarización, el rechazo al otro y la desconfianza hacia cualquier forma de autoridad o conocimiento experto.
El desafío de construir un futuro mejor
Frente a estas contradicciones, el gran desafío que nos deja la pandemia es cómo construir un futuro que no repita los errores del pasado. No basta con recordar la solidaridad que experimentamos en 2020; hay que trabajar activamente para sostenerla y fortalecerla en un mundo que parece inclinarse cada vez más hacia el individualismo y la desconfianza.
Tampoco basta con celebrar los avances científicos si no combatimos la desinformación y el anticientificismo. La educación, el pensamiento crítico y el acceso a información veraz son herramientas clave para enfrentar este desafío. Y, por supuesto, es fundamental que los líderes políticos, en lugar de alimentar la polarización y el miedo, promuevan la unidad, la cooperación y el respeto por la evidencia científica.
La pandemia nos dejó una lección clara: estamos todos conectados. Lo que afecta a uno, afecta a todos. Pero también nos dejó una advertencia: si no aprendemos de lo vivido, si no enfrentamos las contradicciones que hoy se nos presentan, el futuro será más incierto y más desigual.
A cinco años del confinamiento, el mundo sigue transformándose. La pregunta es: ¿hacia dónde queremos que vaya? La respuesta depende de nosotros. Como rector, investigador y argentino, creo que tenemos la responsabilidad de trabajar por un futuro más justo, más solidario y más consciente de los desafíos que enfrentamos. La universidad, como espacio de pensamiento crítico y transformación social, tiene un rol clave en esta tarea. Y yo, desde mi lugar, estoy comprometido a contribuir a ese futuro.
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